En El arte ensimismado
(1963) Xavier Rubert de Ventós nos ofrece una introducción al arte moderno, o, más
precisamente, a ese estilo de arte moderno del siglo XX que aún puede causar un
cierto temor hasta en el público de alta preparación cultural: los cuadros de
la más pura y austera abstracción, la música serializada y electrónica, la
poesía experimental que parece un juego privado y sin sentido. El argumento del
libro es que este arte hermético fue motivado por un instinto de
auto-preservación en un mundo lleno de representaciones de todo tipo. Buscando
un papel distinto, al arte arriba al extremo de un formalismo sin deseo de
comunicar nada. La abstracción representa un determinado esfuerzo de crear un
arte que no sea ni representativo, ni evocativo de emociones reconocibles, ni
reducible a cualquier interpretación metafísica, ni parte de un esquema
decorativo.
¿Y el resultado de este intento? El arte por el arte, una
obra que no representa un objeto, porque es en sí el objeto (unas
obras de Tàpies,
por ejemplo), una composición sin enlaces al mundo exterior o al mundo interior del
espectador. Esta búsqueda de pura forma explica el serialismo en la música como
una manera no de crear una nueva expresividad, sino de evitar expresión del
todo. El ‘nouveau roman’ de Robbe-Grillet, la película experimental de Resnais,
el bebop en jazz, el puro funcionalismo en la arquitectura – todo responde a
este deseo de autonomía de la obra, casi diríamos hoy, una condición autística
a nivel creativo.
El autor así nos da una perspectiva muy clara desde donde
podemos contemplar de nuevo unas obras
de arte más intransigentes a la interpretación, y describe la situación
artística de medianos del siglo veinte en el contexto de la filosofía
existencial. Rubert de Ventós - que
escribió éste, su primer libro, a los 22 años - ayuda al lector a apreciar el
arte moderna con una cierta simpatía por los motivos y preocupaciones que lo
inspiró. Pero no pierde la distancia crítica, e investiga también los problemas
con la posición que describe. Como producto, y objeto, de la mente,
es el destino de la obra de arte padecer ‘alienación’ (empleo el término del autor, en
el sentido de percepción intencional) del espectador, y el formalismo puro
parece una quimera. Con el tiempo todo se hace académico, habitual y viático de
emoción y significado. Admiro la claridad del estilo, la comparación de las
artes diferentes y el argumento muy enfocado y matizado. Anda qué debut!